jueves, febrero 11, 2010

Puertos, monumentos y la pasión por el ciclismo


-->(Publicado en el n.34 de la revista Pedalier)
Hace ya 5 años conocí a Francis en una Terra de Remences y le hablé de las salidas que en nuestro club habíamos hecho por los Pirineos, los Alpes y los Dolomitas. Aquello le interesaba y a mí me gustaba escribir el “diario” de esas salidas. Las disfrutaba (y ahora también) mucho antes de que empezaran, buscando el recorrido y dibujando los perfiles. Las disfrutaba (y ahora las sufro) mientras iba sobre la bicicleta. Y las disfrutaba (las disfruto igualmente ahora) después de terminadas, recordando frente al ordenador las anécdotas y los momentos más interesantes. Es una forma de prolongar ese mágico momento en que llegas a la cima de un puerto y te sientes el rey de mundo. Una cosa llevó a la otra y al poco tiempo vi aparecer uno de mis artículos en la revista Pedalier.
Por aquél tiempo yo pretendía andar rápido. Siempre a cola del furgón de cabeza de mi club, pero con ellos. Pero la familia aumenta, los niños crecen, las cosas se complican y cada vez es más difícil entrenar lo suficiente como para estar en el nivel de la gente joven.

Sin embargo no me obsesioné. Poco a poco fui descubriendo que mi espacio era otro. Un espacio para pedalear en lugares no muy comunes. Para salir de la rutina y buscar carreteras nuevas. Y aquello seguía interesando a Francis y a Jon. De hecho no les interesaba que fuera especialmente rápido sino que les descubriera algún rincón escondido.

Y aquí estoy, a la que puedo reservo un vuelo barato y voy con la bici a alguna parte donde no he estado nunca. Y donde podré subir algún BIG. Uno se acostumbra a las cosas del low cost. Las prisas, el peso del equipaje de mano, el embalaje de la bici, la caja de cartón. Cuántos inconvenientes y cuánto estrés. Pero la recompensa es tan grande...

Me siento bien cuando voy rápido, pero me siento mejor cuando descubro sitios nuevos, cuando circulo por carreteras por las que no circulé antes. Y tiene que ser en montaña, si no nada tiene sentido. Y otro de mis objetivos son los monumentos ciclistas. Monumentos reales como el Géant del Tour que hay en la cima del Tourmalet o el ciclista de Xorret de Catí, o el de Eddy Merckx en Stockeu. O monumentos ficticios como los que nos presenta esta revista cada cierto tiempo, la fuente de Sta Marie de Campan, el bosque de Arenberg, o el mítico Koppenberg.

Cuando hago una de estas salidas a coronar montañas o a descubrir monumentos, intento quedarme con todo. Captar cada detalle. Me lo permite el hecho de no entrar en el modo “sufrimiento agónico” que tanto había utilizado antes cuando quería correr más de la cuenta. Ahora no compito contra nadie. Quizás contra mí mismo.

Esos detalles los intento transmitir cuando escribo. Aunque para dar testimonio de eso tengo el privilegio de tener a un fotógrafo de lujo como Sergi que me acompaña y que es testimonio de cada paisaje y cada rincón. El es capaz de ver cosas que ni yo ni vosotros podéis. Y el resultado son las fotos que veis en Pedalier. Las de Sergi, o las de Antxon o las de Pau. Sí, lo reconozco: yo a veces tampoco he leído los textos y me he quedado sólo con las imágenes.

Me doy por satisfecho con que alguno de vosotros, siguiendo alguno de los artículos que escribí, haya visitado los castillos cátaros en el sur de Francia, o la patria chica de Pantani, o el Viaducto de Millau o algún rincón de Alemania. Sólo con eso me daré por satisfecho. Eso significará que he sido capaz de transmitir aunque sólo sea un poco de la inmensa pasión que siento por el ciclismo.
Una pasión que, como lector, alimenta Pedalier cada vez que está en el kiosko.