miércoles, agosto 31, 2011

San Boldo, la carretera de los cien días

(Publicado en el n.44 de la revista Pedalier, Serie Lugares e Historias)
He conocido un lugar que parece hecho a propósito para nuestra sección Lugares e historias. Una carretera que parece sacada de un cuento. Dieciocho curvas de herradura numeradas. Seis de ellas escondidas dentro de un túnel cada una. Doce bocas de túnel en menos de un kilómetro. Grandes fotos de la construcción de la carretera junto al asfalto. Imágenes de prisioneros rusos y de mujeres que la construyeron en sólo 100 días en el año 1918. Está en Italia, pero quien le da nombre es un santo español: San Boldo. No es un puerto especialmente duro, pero ¿no es un lugar digno de esta sección?

Tengo un amigo croata, Zeljko. El solía salir con nosotros hasta que decidió que lo suyo era la competición. Pero en el fondo sigue siendo un cicloturista, un tipo culto y a la vez curioso, amante de descubrir cosas nuevas, con él puedes hablar de todo, es un gustazo compartir carretera o mesa con él. Tiene una novia italiana, del Veneto, también apasionada del ciclismo. Conocía un puerto único, singular, diferente, raro, bonito. Zeljko lo vió y me habló de él hace ya años y ahí quedó, escondido en mi memoria, hasta que un día tuve la suerte de poder conocerlo. Camino a los Dolomitas quedaba cerca, no me pude resistir.

El Passo San Boldo es un paso de montaña de 706 metros de altitud que conecta los dos lados de los Alpes de Belluno. Se trata del camino que lleva hasta Tovena a través del Canal de llamada de la escala o San Boldo (Canal de San Boit en dialecto) y tiene una importancia histórica considerable. La ubicación original se remonta a la época romana y estaba flanqueado por torres de vigilancia de la época bizantina. Jugó un papel decisivo en las conexiones entre Treviso y Valbelluna. Era frecuentado por pastores, mercaderes y peregrinos. Durante el siglo XIX se vió la necesidad de construir un nuevo camino más fácil y accesible, pero sólo se comenzó a trabajar en 1914 bajo la dirección del ingeniero Giuseppe Carpenè, que empleó 500 inmigrantes repatriados entre 1914 y 1916. El construyó el primer túnel del trazado actual. Durante la Primera Guerra Mundial razones estratégicas motivaron que los ingenieros austríacos (bajo las órdenes de Nikolaus Waldmann) tuvieran que completar el trabajo en un breve periodo de tiempo, estando su construcción prevista para Enero de 1918, con las cinco galerías adicionales que hoy caracterizan la subida. Su construcción estaba relacionada con los planes de ataque previstos para Junio de 1918 (Operación Albrecht en el frente del Piave y Operación Radetzky en el Monte Grappa) y sólo el hecho de contar con 7.000 trabajadores (en su mayoría prisioneros rusos y las mujeres de Tovena) permitió al Imperio Austrohúngaro respetar los plazos previstos. La carretera se completó en un tiempo récord, de ahí que fuera inaugurada en Junio de 1918 con el apodo de "la carretera de los 100 días".

Es una subida que no tiene una dureza especial, tan solo 7 kilómetros desde Tovena, a un desnivel medio del 6,7%, con 18 curvas de herradura numeradas en orden decreciente y concentradas en los últimos 5 kilómetros. Un puerto sin nada que llame la atención hasta que un semáforo nos da la bienvenida al primer túnel, a la primera fotografía y al último kilómetro. Los pasos por los túneles, perfectamente iluminados, son tan estrechos que no permiten la circulación en doble sentido. Al tratarse del kilómetro más duro los ciclistas no podemos completar todo el trayecto de una sola vez, puesto que el semáforo se abre en sentido contrario, pero es posible parar a la salida de uno de los túneles y esperar el siguiente turno. Se agradece el parón y nos sirve para poder contemplar esta impresionante obra de ingeniería con más calma.
Al coronar, pocos metros después del último túnel, sólo encontramos el cartel de puerto, un cartel explicativo de la historia de esta carretera y un bar (Bar Laris). Nada más. Y nada menos.

Algunas imágenes de carreteras permanecen en la retina y el inicio de ese kilómetro final es de los que no se olvidan. La vista del Canal y los túneles encadenados allá arriba es sencillamente espectacular, tiene unas características únicas. Incluso parece que las bocas de los túneles, inclinadas hacia la carretera, jueguen contra la gravedad. En los días de las nuevas tecnologías, yo ya había visto, ya había estado allí. Todos podemos encontrar fotos en flickr y videos en youtube de motos que han hecho el recorrido del San Boldo, pero verlo en directo impresiona, supera las expectativas.

San Boldo, un ermitaño español, es quien da nombre a este paso. Vivía en estas montañas, encima de la ciudad, y obró un milagro, el florecimiento de un báculo de su amigo Arternio, Obispo de Sens, pero esa es otra historia que nada tiene que ver con la carretera.
Es una pena que nuestra visita a San Boldo coincidiera con el Campeonato italiano de Triatlon, que se disputaba en la vecina zona de los Lagos y que impidió el paso de vehículos por más de 3 horas. Solo dejaban pasar las bicis, y nuestro grupo pudo pasar de milagro antes que casi nos atropellaran los primeros triatletas en el tramo de bici. Pero Sergi, nuestro fotógrafo, no pudo pasar por más que intentamos buscar complicidades con la carabinieri de la zona. O sea que nos tendremos que hacer la idea con las fotos que saqué con mi inseparable iphone. A falta de Sergi, que me ayudó con el retoque, espero que con estas fotos os hagáis una idea de esta maravilla. Algunas imágenes antiguas ayudan también a ponernos en situación.

Hay cientos de carreteras preciosas, muchas de ellas con historias, pero San Boldo es especial. Imaginad los prisioneros a principios del siglo pasado trabajando a toda máquina para poder terminar una carretera de una importancia estratégica para un ataque militar.

Está bien, nada de guerras, no imaginéis eso. Simplemente disfrutad de las imágenes de un puerto tan singular.

Gracias Zeljko por descubrirnos esta maravilla.

miércoles, agosto 24, 2011

El Túnel du Parpaillon, en busca de un mito olvidado.

(Publicado en el n.45 de la revista Pedalier)

No hay muchos puertos en los Alpes que lleguen a los 2.640 metros de altitud. Ni que tengan más de 1800 metros de desnivel. Tampoco es frecuente un túnel en la cima, de más 500 metros y sin iluminar. Lástima (o no) que tenga unos cuantos kilómetros sin asfaltar. Esa es otra singularidad de nuestro protagonista de hoy.

Pedalier es una revista de ciclismo de carretera, de acuerdo, pero sobre todo es una revista de gente como nosotros que ama el ciclismo y la montaña por encima de todo. Y para cualquiera que ame la montaña subido en su bicicleta, Parpaillon debería ser un destino obligatorio. Algunos cicloescaladores históricos han hablado de Parpaillon como la verdadera Meca del cicloescalador: José Bruffaerts dijo que “Parpaillon es al cicloescalador lo que la Paris Brest Paris es al randonneur”, André Tignon lo reivindica como un mito desaparecido. El atlas de altimetrías de Altigraph (la Biblia) habla de él como “un verdadero gigante de los Alpes del Sur”. Como véis, todas la referencias no eran buenas, sino excelentes.

Durante los años treinta y cuarenta se popularizó la subida entre los cicloturistas franceses, creando incluso un registro en Creveoux (¿todavía vigente?) de los ciclistas que conseguían coronar su cima. Pero es una subida que durante muchos años ha caído en el olvido. Qué lástima.

Si algo caracteriza a Parpaillon es el túnel de su cima. Ya sabéis que los túneles son parte de mis sueños húmedos. Este año he tenido la suerte de subir algunos de los túneles que me provocaban mayor excitación, los tres túneles de Zoncolan, el de Hochtor Pass, los de San Boldo en curva y para rematar a final de Agosto, el túnel de Parpaillon, para mí el rey de los túneles. Un tunel a 2.650 metros de altitud, 500 metros de largo, estrecho y frío túnel sin iluminar, lleno de filtraciones de agua y un montón de charcos. Con unas pesadas puertas de hierro que lo clausuran en invierno y que sólo imaginarlas cerrándose evocan una película de terror. Debo decir que me intimidaba atravesarlo. Por una vez, mientras subía no deseaba que llegara el final de un puerto interminable como éste porque eso significaba tener que atravesar el túnel.

El túnel de Parpaillon se construyó con motivos militares, puesto que representaba un paso estratégico entre el valle de Ubaye y el valle del Durance. Se empezó a construir en 1891 y fue inaugurado en el año 1901. El nulo mantenimiento del camino y su consiguiente degradación se han debido a la desaparición de ese interés militar.

Si un día el Tour decide parecerse al Giro y buscar cosas diferentes, no debería pasar por alto Parpaillon. Yo les diría: “¿Buscáis innovación? ¡Probad con Parpaillon!”. Por muchas razones. Los paisajes son grandiosos y las posibilidades de combinarlo con otras subidas son sencillamente inacabables. Desde su vertiente de Embrun (la más dura) Parpaillon se podría poner antes de La Bonette, o antes de Vars, o antes de Col de Larche (Maddalena en italiano), o incluso antes de Pontis como hicimos nosotros. Están sin asfaltar los últimos ocho de la vertiente de Embrun y los primeros diez de descenso hacia La Condamine y Jausiers. Eso y sobre todo el paso por el embarrado túnel de la cima hacen muy improbable que el Tour se acuerde de él, pero si el ciclismo siempre ha sido aventura, probablemente no haya habido aventura más grande de lo que sería ésta los últimos años en las grandes vueltas. Con un revestimiento adecuado, del estilo que hace el Giro con Finestre o con Plan di Corones, todo sería posible.

El principio de la subida se sitúa en Embrun, otra Meca esta vez para los triatletas de larga distancia. No resulta difícil encontrar la carretera que dirige desde Embrun hasta Crévoux, que es la que deberemos seguir en todo momento. El tráfico es muy escaso, así es mucho más fácil disfrutar de la montaña y de sus sonidos, y de sus silencios. Maravilloso. Nos esperan 28 kilómetros de puerto, 20 de ellos asfaltados y únicamente los últimos ocho sin asfaltar, un poco más allá de La Chalp. Esos últimos 8 kilómetros al 9,60% de desnivel medio suponen un reto importante, sobre todo considerando todo lo que ya llevamos de subida.

A partir de los 2000 metros desaparece el bosque y ya hasta el final nos encontraremos solo con prado de alta montaña, y una pista pedregosa que con una pendiente constante, unas amplísimas curvas y unas vistas excepcionales nos van llevando poco a poco hacia arriba. Llegar al túnel es un momento excitante. Después de tantos kilómetros de subida mirando constantemente hacia arriba para intuir el final de la ascensión, no veíamos ni rastro del paso a la otra vertiente. El túnel aparece de forma sorpresiva tras una curva a izquierdas.
A falta del cartel de puerto, la entrada del túnel es la foto obligada. Nos recreamos en ese momento que desde ahora ya forma parte de los mejores recuerdos cicloturistas de mi vida. Y finalmente llega el momento. Hay que pasarlo. No hay más remedio. Me hace muy poca gracia. A pesar del golpe de calor que sacude Francia el día que subimos, me he puesto el chubasquero, también me he puesto la luz frontal y me he mentalizado. Por un momento nos planteamos si esperar alguna moto o algún 4x4 que nos ayude a pasarlo pero enseguida descartamos esa posibilidad. Vaya aventura sería pasar escoltados. ¡Adelante! Nos adentramos en la oscuridad. El frontal no ilumina nada, no sé por donde va la bici, sólo sé que cae agua de arriba y los charcos cubren las llantas de la BTT. Intento concentrarme y evitar resbalones con el barro. Los gritos entre nosotros ayudan a ahuyentar el miedo. El paso es tan estrecho que permite el paso de sólo un vehículo. Aceleramos sin mirar atrás como si nos estuvieran persiguiendo mientras va ganando potencia la luz del final del túnel. De repente vemos unas luces que vienen en dirección contraria. No sé si nos verá con nuestros miserables frontales. Tendremos que parar y hacernos a un lado. Nuestros perseguidores imaginarios nos pillan seguro... El coche pasa y nosotros ya vamos con las botas manchadas de barro y con ganas de salir. Hemos pasado un mal rato ¡y eso que no tengo claustrofobia!


A la salida del túnel las vistas son de nuevo espectaculares que nos acompañarán durante los primeros kilómetros. Se mantiene la pista pedregosa durante 10 km, hasta llegar a la Capilla de Santa Ana, momento de respiro por partida doble, puesto que además de recuperar el añorado asfalto también aparece una fuente salvadora en un día de intenso calor.

Subir y bajar Parpaillon ya es una experiencia bestial en sí misma, pero la etapa que habíamos planeado era más ambiciosa que todo eso. Bajar por la vertiente este hasta La Condamine, seguir hasta Jausiers, continuar por Barcelonette dirección Gap y entonces, poco después de Le Lauzet, coger el desvío hacia el pueblo de Pontis y el Col de Pontis, a través de 5 kilómetros muy muy duros (media del 10% en esta vertiente del Ubaye) con unas vistas espectaculares sobre el Lac de Serre Ponçon, el lago artificial más grande de Europa, con una capacidad de un millón seicientos mil litros de agua, una verdadera obra faraónica, un prodigio de la ingeniería que retiene las aguas del río Durance. Allí hay innumerables playas artificiales y se pueden practicar todos los deportes náuticos que queráis. Un destino turístico bellísimo.

La etapa que hicimos constaba pues de unos 112 kilómetros, de los que únicamente estaban sin asfaltar los dieciocho de Parpaillon. Pero no os confiéis, de ninguna manera sería posible intentarlo en bicicleta de carretera, el estado de la pista es demasiado precario y sobre todo los 10 kilómetros de descenso en la vertiente norte serían una tortura y supondrían un riesgo evidente de pinchazos. La BTT, la mochila con abrigo, el frontal con una luz potente, todo eso son serias recomendaciones que nadie debería obviar.

Ya sé que si nos vamos a los Alpes lo lógico es que cojamos la bicicleta de carretera y vayamos a conquistar todos los puertos míticos que el Tour de Francia repite una y otra vez cada año. Pero si habéis pensado en subir a los Alpes del Sur con la BTT no dudéis en intentar conquistar este gigante. Eso sí, aseguraros que es la temporada adecuada. He leído historias sobre muros de nieve cubriendo la boca del túnel e impidiendo el acceso a la vertiente norte. No me quiero imaginar entrando en ese largo túnel esperando ver la luz al final y no conseguirlo finalmente. Siento escalofríos sólo de pensarlo.